“...Conocía, huelga decirlo, por experiencia propia, la atracción misteriosa del “juego de reyes”, el único entre todos los ideados por el hombre que se sustrae soberanamente a toda tiranía del azar y otorga sus laureles de vencedor de un modo exclusivo al espíritu, más propiamente dicho, a una forma determinada de la habilidad intelectual. ¿Pero no se comete una falta de empequeñecimiento humillante con sólo tildar de juego al ajedrez? ¿No es también una ciencia, una técnica, un arte, algo que se cierne entre esas categorías, como el ataúd de Mahoma entre el cielo y a tierra, una trabazón única entre todos los contrastes: antiquísimo y eternamente joven, mecánico en la disposición, y, sin embargo, eficaz solamente por obra de la fantasía; limitado en el espacio, geométricamente fijo y a la vez ilimitado en sus combinaciones; desarrollándose de continuo y no obstante; estéril; un pensar que no conduce a nada; una matemática que nada soluciona; un arte sin obras; una arquitectura sin sustancia, y , no obstante, evidentemente más duradero en su existencia y ser que todos los libros y obras de arte; el único juego propio de todos los pueblos y tiempos y del que nadie sabe qué dios lo legó a la tierra para matar el hastío, aguzar los sentidos y poner en tensión el alma? ¿Donde Empieza, donde termina? Cualquier niño puede aprender sus primeras reglas, cualquier chapucero puede ensayarse en él, y, sin embargo, llega a producir , dentro de ese cuadrado de invariable estrechez una especie peculiar de maestros que no tienen comparación con los de ninguna otra, hombres con un talento exclusivo para el ajedrez, genios específicos, en quienes la visión, la paciencia y la técnica obran en una conjunción de igual modo determinada que en los matemáticos, escritores, y músicos, aunque, eso sí, con distinta función y armonía...”
Stean Zweig - Novela de Ajedrez